Título: La muerte de Sucre en Berruecos
Autor: Arturo Michelena
Técnica: Óleo sobre tela
Dimensiones: 120 x 175 cm (tamaño original)
Año: 1895.
Tipo de patrimonio: Tangible/Mueble
Administrador custodio o responsable: Fundación Museos Nacionales/Galería de Arte Nacional
Historia
También conocida simplemente como Berruecos, es una obra que forma parte del último periodo de Arturo Michelena; es una recreación del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, ocurrido precisamente en Berruecos, una región montañosa en las cercanías de Pasto, Colombia, el 4 de junio de 1830.
Los días 2 y 3 de febrero de 1895, Venezuela celebró en sus principales ciudades –y, sobre todo, en la capital de la República— la “apoteosis” del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, con el propósito de enaltecerlo como paradigmático héroe nacional, al cumplirse el Centenario de su nacimiento. Con motivo de tal efeméride, el gobierno del presidente Joaquín Crespo organizó unas pomposas fiestas públicas, puntuadas en Caracas con un especial ornato urbano, en el que sobresalían tres arcos de triunfo efímeros, en conmemoración de las hazañas épicas de dicho prócer de la Independencia. El programa oficial de esos dos días festivos incluía, entre otros actos, el estreno de las pinturas cenitales de las batallas de Boyacá, Junín y Ayacucho (pintadas por Martín Tovar y Tovar por encargo oficial para los plafones del Palacio Federal), un desfile cívico-militar hasta el Panteón Nacional para depositar ofrendas al Gran Mariscal sobre el sitio elegido para inhumar sus cenizas o erigirle un cenotafio, la ceremonia de inaugurar en el Paseo de la Independencia una nueva estatua del Libertador y la Plaza de Ayacucho, en la que se colocó la primera piedra del monumento ecuestre de Sucre y la apertura de una Exposición de Pinturas en el Palacio Federal en la que Arturo Michelena exhibe su obra La muerte de Sucre en Berruecos.
Para algunos entendidos, Michelena toma como referencia la obra del artista colombiano Pedro José Figueroa, titulada La muerte de Sucre, de 1835, donde emprende una reconstrucción imaginaria del crimen basada, en parte, en las actas del proceso. La obra de Michelena, a diferencia de la primera, alcanza la perfección del dibujo académico que respeta las proporciones y el colorido que producen las sensaciones naturales, y el paisaje frondoso se reverdece y aclara, pero la composición sigue siendo la misma, salvo que el drama se reduce a Sucre muerto con los brazos en cruz, ahora tendido con su cabeza hacia el espectador, y a un tirador que apenas se descubre entre la humareda del disparo.
Ya no hay poncho ni asistente que venga en auxilio y la vestimenta se ha vuelto civil: sin armas, pantalón blanco y paltó levita, y un fuete cerca de la mano izquierda. Es el héroe en su trágica soledad; el Abel de Colombia, como expresó Bolívar. La mirada aterrada del caballo, recurso antiguo de la pintura de guerra, se adecua con los troncos retorcidos de los árboles. La frente, en su sien izquierda, revela una herida con un hilo de sangre, aunque la mortal se descubre en la tetilla izquierda. En efecto, la autopsia revelará que en la cabeza recibió heridas leves causadas por esquirlas, a través el sombrero, y otra en la mejilla hasta la oreja.